Si hubo un juego independiente que llamó la atención allá por el año 2009, fue sin duda el “Canabalt”. Con una estudiada sencillez y un mecanismo de juego minimalista, conseguía atrapar y enganchar hasta la obsesión a todo jugador.
Su secreto: la inteligente decisión de reducir su aprendizaje a la mínima expresión al sólo ser necesario hacer un único click para saltar, enfrentada directamente a la necesidad de reaprendizaje ya que el desafío se autogeneraba de forma procedural. Con esto, el cerebro busca patrones inexistentes y debe dedicar toda su atención a un entorno hostil, sin dejar hueco en ningún instante al aburrimiento.